El ideal artístico del Barroco
Frente al clasicismo renacentista, el Barroco valoró la libertad absoluta
para crear y distorsionar las formas, la condensación conceptual y la
complejidad en la expresión. Todo ello tenía como finalidad asombrar o
maravillar al lector.
Dos corrientes estilísticas ejemplifican estos caracteres: el conceptismo y
el culteranismo. Ambas son, en realidad, dos facetas de estilo barroco que
comparten un mismo propósito: crear complicación y artificio.
El conceptismo
incide, sobre todo, en el plano del pensamiento. Su teórico
y difinidor fue Gracián, quien en Agudeza y arte de ingenio definió el concepto
como "aquel acto del entendimiento, que exprime las correspondencias que
se hallan entre los objetos". Para conseguir este fin, los autores
conceptistas se valieron de recursos retóricos, tales como la paradoja, la
paronomasia o la elipsis. También emplearon con frecuencia la dilogía, recurso
que consiste en emplear un significante con dos posibles significados.
El culteranismo
El culteranismo, representado por Góngora, se preocupa, sobre todo, por la
expresión. Sus caracteres más sobresalientes son la latinización del lenguaje y
el empleo intensivo de metáforas e imágenes.
La latinización del lenguaje se logra fundamentalmente mediante el uso
intensivo del hipérbaton y el gusto por incluir cultismos y neologismos, como,
por ejemplo, fulgor, candor, armonía, palestra.
La metáfora es la base de la poesía culterana. El encadenamiento de
metáforas o series de imágenes tiene el objetivo de huir de la realidad
cotidiana para instalarnos en el universo artificial e idealizado de la poesía.
Barroco Literario en España
El siglo XVII y el auge de las premisas barrocas coincidieron en España con
un brillante y fecundo período literario que dio en llamarse Siglo de Oro.
Estéticamente, el barroco se caracterizó, en líneas generales, por la
complicación de las formas y el predominio del ingenio y el arte sobre la
armonía de la naturaleza, que constituía el ideal renacentista.
Entre los rasgos más significativos del barroco literario español resulta
relevante la contraposición entre dos tendencias denominadas conceptismo y
culteranismo, cuyos máximos representantes fueron, respectivamente, Francisco
de Quevedo y Luis de Góngora. Los conceptistas se preocupaban esencialmente por
la comprensión del pensamiento en mínimos términos conceptuales a través de
contrastes, elipsis y otras y otras figuras literarias. Por el contrario, los
culteranos buscaban la delectación de una minoría culta mediante el recurso a
metáforas, giros e hipérboles, con modificación de las estructuras fraseológicas,
en busca del máxismo preciosismo. Característica del barroco hispánico fue
también la contraposición entre realismo e idealismo, que alcanzó su máxima
expresión en la que estaría llamada a convertirse en una de las cumbres de la
literatura universal, El ingenioso
hidalgo don Quijote de la Mancha (primera parte, 1605; segunda,
1615), de Miguel de Cervantes.
En toda la obra poética de la Góngora, figura destacada del culteranismo,
se halló presente el brillante estilo que lo hizo famoso, cargado de neologismos
y complicadas metáforas. Más sencillo en su primera etapa, a partir de los
poemas mayores -Fábula de Polifemo y
Galatea (1612) y Soledades
(1613)- se acentuaron sus artificios y el carácter culto y minoritario de su
poesía. Fue ensalzado por unos y ferozmente atacado por otros en su época.
Entre los más sobresalientes seguidores de Góngora se cuentan Juan de Tassis y
Peralta, conde de Villamediana, autor del poema mitológico La gloria de Niquea (1622), y
Pedro Soto de Rojas.
Como el de Góngora, el estilo de Quevedo es estructuralmente complejo,
aunque utilizó siempre un lenguaje llano y no vaciló en ocasiones en recurrir a
un tono procaz y brutal. Los temas que lo inspiraron fueron muy variados:
morales, satíricos, religiosos, de amor, etc., y en el desarrollo de todos
ellos subyace una concepción angustiada de la condición humana, común a obras
tales como la novela picaresca titulada La vida del Buscón, llamado don Pablos (1626), o la alegoría Sueños (1627).
En esta época se distinguió además una línea clasicista diferenciada en dos
corrientes básicas: la escuela sevillana, en la que destacó Rodrigo Caro, y la
escuela aragonesa, cuyos representantes de mayor entidad fueron los hermanos
Bartolomé Leonardo y Lupercio Leonardo de Argensola, cultivadores de una lírica
doctrinal y moralizante.
En el ámbito de la prosa narrativa del período barroco halló su marco la
figura de Miguel de Cervantes Saavedra, autor también de poemas y comedias, que
ha sido considerado unánimemente como la gran figura a lo largo de la gestación
y la evolución de las letras españolas. En el Quijote, Cervantes creó el
prototipo a partir del cual nacería al novela moderna. Concebida en principio
para satirizar las novelas de caballerías, los dos protagonistas de la obra,
don Quijote y Sancho, han perdurado como símbolos de dos visiones enfrentadas
del mundo: la idealista y la realista.
Otras obras relevantes de Cervantes, siempre ensombrecidas por la universal
dimensión del Quijote, fueron las Novelas ejemplares (1613) y Los
trabajos de Persiles y Segismunda, novelapublicada póstumamente en 1617.
La novela picaresca, que arrancaba
del Lazarillo, alcanzó un notable auge y sirvió para denunciar la
pobreza y la injusticia social del gran imperio español. El Guzmán de
Alfarache (1599-1604), de Mateo Alemán, se caracterizó tanto por su amarga
sátira de la sociedad como por su hondo pesimismo. Paralelamente ofreció
reflexiones moralizantes, elemento del que carecían las restantes novelas
picarescas. Destacaron entre ellas es Buscón, de Quevedo; la Vida del
escudero Marcos de Obregón (1618), de Vicente Espinel; y El libro de
entretenimiento de la pícara Justina (1605), de Francisco López de Úbeda.
A las fórmulas teatrales que se ofrecían al público en el siglo XVI se
impuso la que alrededor de 1590 fijó Lope
de Vega, creador de la comedia española. Sus premisas se caracterizaron
por el quebrantamiento de las tres reglas aristotélicas del teatro clásico
(unidad de acción, tiempo y espacio), la división de la comedia en tres actos
(en vez de cinco) y , en general, la liberalización de la estructura de la
pieza dramática. Los ideales que se exaltaban eran el monárquico y el
religioso, y los sentimientos más manifestados, el amor y el honor. De
extraordinaria fecundidad, Lope fue el escritor español con el que más llegó a
identificarse el pueblo. Entre las creaciones representadas con mayor profusión
cabe citar Fuenteovejuna, Peribáñez o el comendador de Ocaña, El caballero de
Olmedo y La dama boba. Como era de esperar, dado su éxito, tuvo gran número de
seguidores.
La otra
gran figura del drama del Siglo de Oro fue Pedro Calderón de la Barca, quien comenzó siguiendo de cerca el modelo
de la comedia de Lope, pero en su madurez, aunque sin modificarlo
sustancialmente, aportó ciertos rasgos personales. Su obra se caracterizó por
el enfoque más meditado de los asuntos, la preferencia por lo ideológico o
simbólico y la construcción más rígida de las piezas teatrales. En la técnica
escénica alcanzó un virtuosismo notable. Los dos grupos más importantes de la
producción calderoniana son las comedias de enredo y los dramas, históricos,
filosóficos y religiosos, entre los que destacaron La vida es sueño, El
alcalde de Zalamea y El
mágico prodigioso.
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