El Barroco es por definición un estilo
artístico que se diferencia y se opone al Renacimiento. Frente al clasicismo
renacentista, caracterizado por el orden, la claridad, la armonía y el rigor,
la oposición barroca acentúa los motivos ornamentales, imprime más tensión,
dramatismo o pasión a las figuras humanas y da al artista una mayor libertad de
expresión. El Renacimiento se centra en el hombre mientras que el Barroco
amplía la fuente de inspiración a toda la Naturaleza, de la que el hombre es
solo una parte minúscula.
Junto al impulso del Arte, el Barroco
también fue promovido por el empuje espiritual de la Contrarreforma. Frente a
la Reforma protestante, el movimiento de renovación católica defendió la
capacidad del hombre para lograr la salvación a través de las buenas obras. Por
ello, la Iglesia de la Contrarreforma trata de conmover al hombre a través de
los sentidos utilizando diversos medios:
• Con la nuevas expresiones artísticas.
• A través de una liturgia renovada y efectista, que tiende a convertir los
misterios de la religión en un espectáculo, realizado en templos nuevos, de
gran amplitud para facilitar a los fieles el seguimiento de los actos del culto
y exuberantemente decorados para causar su admiración.
• Gracias a la acción de los sacerdotes, que aparecen elevados a la categoría
de ministros consagrados por Dios. Con la Contrarreforma, el papel del
sacerdote en la Iglesia es reforzado con la declaración dogmática del
sacramento del orden y con una mayor atención por la formación y la disciplina.
• Por medio de la revalorización del culto a los santos y a la Virgen María.
En el Barroco, la conciencia de que el hombre no es el centro de la Naturaleza, sino, más bien, la parte más valiosa, tiene como consecuencia el reconocimiento de la Iglesia como única realidad que puede conducirle a la salvación. Por ello, la Contrarreforma refuerza la institución eclesiástica, la jerarquía, que tiende a controlar la creatividad, la imaginación y la expresividad del hombre.
La Contrarreforma también reafirma la institución
política, el Estado, por la necesidad mutua de ambos poderes para fortalecerse.
El Barroco también se manifiesta en torno a la figura de los monarcas, que
demuestran de forma suntuosa su poder absoluto desde la corte, afianzándose en
la cúspide de la sociedad señorial.
Por tanto, a diferencia del Renacimiento,
que era la cultura de los grandes hombres, el Barroco es la cultura de las
grandes instituciones: la Iglesia y el Estado; entidades que viven distintos
conflictos y generan un sentimiento de inseguridad en el individuo de la época,
que marca con su dramatismo tanto la expresión artística como el mismo
pensamiento político.
Las monarquías absolutas se afirmaron
durante el Barroco, pese a que los conflictos políticos fueron frecuentes
durante todo el tiempo que duró el movimiento:
• la Guerra de los Treinta Años;
• las guerras de Luis XIV, que afectaron a todo el Occidente europeo;
• las tres guerras angloholandesas;
• la guerra civil inglesa;
• la Fronda en Francia;
• la separación de Portugal;
• o la sublevación de Cataluña.
En esta continua coyuntura de inestabilidad
bélica, el individuo había de someterse a la autoridad absoluta del rey, sin
expectativa alguna de seguridad o tranquilidad.
Tampoco la Iglesia ofrecía paz espiritual a
los fieles. La Contrarreforma hubo de enfrentarse a temas muy polémicos, como
el avance de la Reforma protestante, la corrupción interna o el proceso de
secularización social. En la lucha, cobró protagonismo el grupo que estaba
mejor preparado para las disputas espirituales e ideológicas: la Compañía de
Jesús.
El Barroco fue, por tanto, una época de
inseguridad. Por ello, el individuo buscó seguridad en las instituciones o en
la propia individualidad. Y las instituciones tendieron a reforzar su imagen
con grandes símbolos, como las construcciones de El Escorial y el Palacio de
Versalles por las monarquías española y francesa, o las impresionantes pinturas
y esculturas de tema religioso.
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